El malaguismo tiene un imán para las desgracias, esa es una realidad. Y su gafe hace que cuando más anticipa, cuando más se engalana, cuando más sueña con un día grande, acaba enfadado. Esta vez incluso hubo recibimiento, pero los más de 25.000 aficionados que acudieron a La Rosaleda terminaron con el morro torcido.
Porque esta vez sí, el equipo llegó al estadio subido a su autobús y la afición pudo alentarle con bengalas y ánimos. En el interior, cánticos desde bien pronto y el ánimo de que este era el día. Pero no, el Málaga tenía otros planes. Dejó correr un balón en su propio área pequeña y se frustró ante un Burgos ya salvado, sin nada en juego, pero que dignificó el fútbol dando todo lo que tenía en su mano.
El gol burgalés de Miguel Rubio ya generó un runrún que fue aumentando con el paso de los minutos. Mientras, los marcadores ajenos iban favoreciendo al Málaga, pero el público aún estaba a lo suyo. Sin embargo, cuando el Huesca hizo el tanto de la victoria y las cosas estaban más calientes, incluso se cantó lo que certificaba la salvación de los costasoleños. Pero no con alegría, claro. Era una señal de hastío, un cántico de gol hiriente. Ya que no podían hacerlo con los suyos, al menos con los aliados de este sábado.
Al final, pitada sonora y gritos una vez más de "jugadores mercenarios". Es increíble cómo el fútbol glorifica y demoniza en cuestión de días, pero es que también resulta increíble que los mismos que una semana antes ganaron con autoridad en Tenerife fueron capaces de perpetrar este encuentro. Aunque la reacción ya no era solo por un hecho puntual, era el balance a toda una temporada insufrible.
El Málaga cierra sus 19 partidos en La Rosaleda con la mayor racha de su historia sin ganar en casa, desde el pasado mes de noviembre ante Las Palmas. El objetivo estará cumplido, pero este año exige una profunda reflexión dentro del club sobre cuál es su objetivo vital, hacia dónde se quiere llegar.