Faltó el canto de un duro para muchas cosas. Para ganar, para perder, para sentenciarlo y para verse sentenciado. Dani Martín fue salvador, Adrián perdonó. Al final, Málaga y Real Valladolid acabaron empatando (2-2) en el estreno de Pablo Guede en La Rosaleda. Lo que apuntaba a día festivo se terminó torciendo con un doblete rápido de Weissman. Así son los caprichos del fútbol, pero habría sido tan bonito...
El primer cambio de Guede era el de la suerte. Que la pelota entrase. Y eso no es poco en un Málaga desgraciado, 'josegonzalesco', resignado. Otro asunto es el después, pero justo lo que necesitaba el conjunto blanquiazul en el estreno del argentino era un gol en su primera ocasión. Después de toda una semana hablando de los problemas de Brandon, al balear se le abrió la portería de par en par y extasió a La Rosaleda en solo cinco minutos de partido.
Tenía energía redentora ese gol. Recuperación, balón al espacio de Víctor Gómez en busca de Febas y pase fácil para la definición de Brandon, que festejó con rabia su séptimo tanto de la temporada. Lo que ocurrió en adelante también reivindicó a Dani Martín, a la vez que bajó al Málaga a la tierra. Delante había un monstruo capaz de sortear con golpes de cadera y giros plásticos el ímpetu de un equipo entregado, pero con la gasolina justa para estos esfuerzos.
Sin entrar en detalles en la previa, Pablo Guede dejó clara su filosofía y lo que se vio fue lo esperado, una presión alta con los mediapuntas tratando de taponar la salida del Real Valladolid. Pero en cinco días es muy difícil implantar esta actitud dentro del sistema y el Málaga se partió. Escassi, incrustado entre los centrales con Genaro por delante, dejó que los Aguado, Roque Mesa y Toni Villa camparan por la zona de tres cuartos de su campo. Esto facilitó a su vez la presión del equipo de Pacheta, que forzó varias pérdidas malaguistas y pudo haber remontado el partido antes del descanso. Ojo, la ruleta rusa también pudo tumbar al conjunto blanquivioleta.
En ese ida y vuelta fue donde llegó la hora de Dani Martín, criticado y con razón en su momento, y merecedor de alabanzas este sábado. A Weissman lo trajo por la calle de la amargura con dos manos a remates en el área pequeña, uno de diestra tras una falta frontal y otro cabezazo picado. Las oportunidades se sucedían mientras el Málaga apuraba el primer tiempo con la lengua fuera. Al menos, Guede estuvo rápido para reaccionar, metió refresco al descanso y varió el esquema tapando mejor los pasillos interiores por donde jugueteaban los medios pucelanos.
La metamorfosis parecía completa con el segundo golpe de suerte, también de fe. Los errores hay que provocarlos y si no, estar para aprovecharlos. Y a Vadillo le sobró fe para castigar un lío inaudito entre los defensas del Real Valladolid y su portero Jordi Masip. Parecía un balón controlado en el costado derecho blanquivioleta, el meta se acercó al borde del área para ofrecerse como salida sencilla, Kiko Olivas y Joaquín no se comunicaron y el que estuvo más listo fue el extremo malaguista, que interceptó el despeje defectuoso y definió de rosca, preciso, para eloquecer del todo a Martiricos.
Pero todavía quedan restos de gafe. Si algo nos ha enseñado este equipo es que ilusionarse no es buena idea. Guede quiere cambiar eso desde la mentalidad y tendrá que hacerlo también a base de pizarra, pero era inviable que el Valladolid no castigase de alguna manera. El equipo más goleador de la categoría se encontraba 2-0 por debajo tras mil concesiones de su rival. Qué poco malaguista habría sido aguantar hasta el final, ¿no?
Monchu sacó de esquina y Weissman empujó de cabeza en solitario justo cuando se cumplía la hora de partido. Y tres minutos después, igualaba tras una jugada extraordinaria de Gonzalo Plata por el costado derecho. Superó por potencia a un Febas fundido, ganó línea de fondo y por el área pequeña reapareció el israelí para definir de nuevo frente a Dani Martín. Vuelta a empezar con media hora por delante.
Lo que sí hay que aplaudirle al Málaga es que no bajó los brazos, sino que siguió creyendo y confió en arrancarle los tres puntos al segundo clasificado. A Jozabed se le escurrió el 3-2 bajo la portería y después lo tuvo en sus botas Adrián López, que sustituyó poco después del empate a Álvaro Vadillo, pero el gol le esquivó. Primero se le notó el poco ritmo en una acción dentro del área en la que se durmió cuando pudo definir hasta dos veces, y después remató forzado una asistencia de Paulino que le dejaba solo frente a Masip. Al final, lo sintomático es que el equipo de Guede terminó el partido con un córner a su favor, queriendo, metiendo la pierna, con la frente alta. Ese sí es el camino.