La campaña de apocados

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Enhorabuena al Málaga; al menos desde el punto de vista publicitario: no se deja de hablar de su campaña de abonados. Ha dado donde más duele, en ese síndrome de las dos Españas que también envenena al fútbol. Aquí la división es entre malaguistas y catetos, término este acuñado para denominar a todo aquel aquí nacido que no tiene al equipo de su ciudad en la pole de su corazoncito. Los responsables del club han abierto el cajón de... los complejos, las redes sociales han puesto el ventilador de... viralidad en marcha. Y mientras no llegan fichajes, estos días la caña no solo vendrá con tapa, también con debate.
Los argumentos están servidos. Qué valentía por grabar una campaña que otras entidad querrían hacer y no se atreven. Qué hace el Málaga entrando en ese juego. Por qué ahora y no cuando los petrodólares del jeque engañaban a ciento y la madre. Qué gran verdad para señalar a los catetos. No es una temática adecuada para una campaña de abonados. Es una excelente idea que radiografía el sentir en todas las provincias de España... La respuesta mayoritaria, todo hay que decirlo, es de aplausos a sus ideólogos.
Así que parece que toca ubicarse. De un lado de la línea, los que ven que es una manera de premiar al malaguista que no se deja manchar por la 'calima catetera'; del otro, los indignados porque no se les permita elegir libremente gustos futbolísticos sin mirar su padrón. Yo no estoy aquí para decir si la campaña es acertada o no, vengo porque me ha hecho regurgitar complejos y pecados que no terminan de despegarse de la camiseta que llevamos pegada a la piel. Y que nos ha reversionado el refrán como "Divide y perderás".
Siempre he asistido a ese debate anonadado que enciende a aficionados que actúan como piquetes. Por real decreto, si eres de Málaga, tienes que ser malaguista. Si no, cateto. Es el único axioma de los que lo ven así, contundente y categórico. Sin embargo, muchas de esas personas bien que se alegran cuando ven un reportaje de un chaval de Pamplona que, por la cara, porque un día le tocó un cromo difícil de un portero blanquiazul, o porque hizo un 'hat trick' con Seba Fernández en la final de la Champions jugando al FIFA, dice ser malaguista. No les oigo decir que ese chaval debe ser de Osasuna. Y qué alegría les pintan los que vienen de Finlandia, Dinamarca o Inglaterra, se enrolan en la 'Guiri Army' y declaran su amor por lo blanquiazul para toda la vida.
Creo que nos hemos pasado demasiados años enfrascados en esa pelea. Una pelea torpe y en cierto modo tirana: porque esa idea de que el autóctono tiene que ser de su club natal es impositiva, algo completamente desaforado cuando hablamos de sentimientos. Hemos derrochado mucho tiempo en esa exigencia de crear moriscos blanquiazules, y menos en convencer. En seducir. En hacer patria. Y mira que lo tenemos fácil: creo que basta con llevar a un crío alguna vez a La Rosaleda y vivir un ambiente, o regalarle una camiseta blanquiazul por su cumpleaños, para regar la semilla. Honor a los muchos que lo han hecho, los que llevan manteniendo esa sana costumbre de generación en generación. Y a ver si los que siguen colegiados en el club de los acusadores abandonan esa pelea insana. ¿Que un malagueño no quiere ser malaguista? Él se lo pierde, pero dejémosle su libertad de elección.
Yo tenía 12 años la primera vez que fui a La Rosaleda. Nunca había ido antes porque mi padre, gaditano, inquilino de Barcelona unos años y rebotado luego a Málaga, llevaba a esos dos equipos por bandera. A mi vecino le sobraba una entrada, nos fuimos en su Vespa y aluciné al entrar allí. El rival era el Sestao, jugábamos en Segunda División, no había glamur. Pero sí pasión. Autenticidad. Amor. El gol de Emilio en el último minuto terminó de culminar el día en que sentí que me hacía malaguista. Nadie me tuvo que evangelizar ni convencerme. Surgió. Sin imposiciones, sin ser señalado, sin catetadas. A ver si algún día de verdad dejamos de acomplejarnos, de sentirnos apocados, de tirarnos los trastos a la cabeza. ¿Queréis que un malagueño sea del Málaga? Llevadlo a La Rosaleda desde pequeño, como hice yo con mis sobrinos, quienes sintieron lo mismo que yo.