Todavía recuerdo cómo mi madre y mi padre se tiraban horas y horas planeando sus viajes. Disfrutaban con ello, formaba parte de una relación idílica que mantenían desde hace años. Y me da pena hablar en pasado, pero ya me sale así. No sé cómo han llegado a esto. En realidad sí lo sé, pero no se lo quiero decir. No suelo meterme en sus cosas, sé que todavía se quieren y que esto tiene solución. Debe tenerla. Pero dejar los días no es la forma de despejar la 'x'. Me niego a aceptar que lo suyo tiene un final infeliz. No se lo merecen.
Nunca se me olvidará esa foto que se hicieron juntos en la Plaza del Duomo, en Milán, o aquella escapada a la Región del Rühr. Si les preguntas a ellos, todavía se quejarán por cómo la compañía de vuelos les perdió las maletas, pero sé guardan con cariño las fotografías que se hicieron en Dortmund en el álbum de fotos preferido de mi madre. Ese que custodia su mesita de noche. Sé que lo ve y que se emociona cada noche cuando nadie la mira. A mí también me pasa.
Lo cierto es que mis padres solían viajar mucho, pero solo se daban esos caprichos por el mundo cuando se lo podían permitir. Aunque no necesitaban salir de España para eso. También eran felices yendo a la Puerta del Sol en Navidades o incluso a Bilbao en septiembre. Sabían disfrutar a su manera. Por eso me da lástima ver cómo están ahora. Su relación se tambalea y yo veo que mi casa se resquebraja, se cae como un castillo de naipes. Y solo yo lucho por ella. Y me duele ver que mi hermano no aparece.
Mi padre se ha acomodado, se ha resignado a vivir en una casa que antes disfrutaba con poco y que ahora necesita muchísimo para volver a dar pequeñas señales de lo que fue en el pasado. Lo poco que sé de él es que paga sus frustraciones en redes sociales. Mi madre se ha apagado, hace casi un año que no la veo sonreír por casa y ya solo lo hace cuando coincide, muy de vez en cuando, con sus amigas en algún plan improvisado fuera. Y a mi hermano no lo reconozco. Me prometió estar en las malas, dar la cara por mí y hacer todo lo posible para que mis padres no se divorcien (porque, para qué engañarnos, si siguen así será la última parada). Y ahora me siento solo. Cuando la ira me invade, tengo ganas de recriminarle a mi hermano su promesa incumplida. Hace unos años, me dijo que si hacía falta pelearía con "espadas de madera en una guerra nuclear" contra lo que viniese para pelear por nuestra familia. Y ahora casi no le veo por casa.
Suele estar, pero no le oigo. Se encierra en su cuarto a hablar con sus amigos y se aísla del resto. Le veo más por las fotos que sube fotos a Instagram. Sus promesas han caído en saco roto y ya ni siquiera propone soluciones. No ejerce de hermano mayor, de cara visible más allá de mis padres. Todavía recuerdo cuando él era el que incitaba al resto a ir los domingos a El Palo después de disfrutar de unos espetos. Le echo de menos, siento que me ha dejado de lado. Y ya ni siquiera lo reconoce por más que le insisto. Está ausente, paralizado. Este no es mi hermano, o al menos el que yo creía que era. Quizás el cariño natural que le tenía por haberme cuidado durante un tiempo me ha confundido, puede que haya sobrevalorado esa relación que teníamos desde pequeños y puede que yo haya empujado mucho más que él sin darme cuenta. Y su silencio me lleva a pensar eso. Necesito que reaccione, yo no puedo con esto solo.
Duele ver que tu casa ya no es la misma. Las persianas están cada vez más bajas, los almuerzos en familia han perdido magia, las risas se han esfumado para dar cabida a más y más discusiones. Mi padre está a la que salta. No le culpo, pero ya hasta discute con mi madre para elegir el color de las paredes. Sin ir más lejos, el otro día, llevé a mi amigo Pepe a comer antes de salir y el pobre se tuvo que tragar la bronca que mi padre iba a dirigir a mi hermano. Pero él nunca llegó a sentarse en la mesa. Duele decirlo, pero ya es una tónica habitual, cada vez somos menos. Estar en mi casa ya ha pasado a ser una visita poco recomendable. Particularmente, siento que debo luchar por ella y así será, pero un sentimiento profundo de tristeza y decepción me invade cada vez que oigo replicar a mis padres. Nosotros éramos felices con poco, pero no con tan poco. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Quién lo ha permitido? Y lo más importante, ¿cuál es la solución?
Durante todas las noches, navego por mi mente de madrugada en busca de respuestas. Y ya estamos a jueves y sé que solo quedan tres días para vivir otro Show de Truman en mi casa. Es en lo que se ha convertido cada domingo. Sé que tengo que ir, que tengo que luchar por lo que es mío, pero ya voy sin ilusión. Sé que mis padres van a discutir, que mi hermano no va a venir y que voy a ver cómo mi casa se parte sin yo poder hacer nada. Quizás, algún día, la vida me regale una máquina del tiempo. Mientras tanto, todavía sueño con que llegue el domingo, entrar por la puerta y ver a mis padres felices de nuevo. ¿Qué voy a hacer si no? Ya solo me queda la fe.